«Los bebés nacen con una alta capacidad de aprendizaje y sensibilidad a todo tipo de estímulos. Las experiencias que les presentemos configurarán su forma de ver el mundo. Tempranamente aprenderán el poder de la palabra y el lenguaje. Mediante la palabra lograrán nombrar y reconocer aquello que las y los rodea».
Andrea Brunet Hrdalo.

Vivimos en una Era en donde el boom editorial y la influencia de la cultura mediática han llevado a que exista un exceso de información respecto a todo ámbito de la vida humana. Día a día nos vemos enfrentados a una verdadera sobrecarga de noticias, nuevas investigaciones, materiales gráficos y audiovisuales que conviven con la rutina diaria, las responsabilidades, los estudios y, por qué no, el ocio y el descanso. A veces resulta muy útil y provechoso un panorama así; otras, una batalla agotadora. ¿Y por qué digo batalla? Porque quienes trabajamos en fomento lector nos vemos de cara a varios obstáculos.
Por un lado, este exceso de información conlleva preocupaciones con fines positivos, como la conciencia y difusión en torno a la importancia del juego y la lectura en los primeros años de vida. James Heckman, Premio Nobel de Economía (2000), lo asegura diciendo que la inversión en primera infancia es una estrategia eficaz, pues es en esa etapa cuando el cerebro se desarrolla más rápidamente. Asimismo, asegura que “la calidad educativa también dependerá de la atención, el cuidado y la preocupación que le da un padre, un mentor o un tutor a la vida de un niño”. 1 Por tanto, para que exista un verdadero aprendizaje, debe haber un vínculo con ese adulto significativo. Y he aquí el problema, pues para que se genere ese vínculo, se necesita destinar tiempo de calidad con el bebé, niña o niño, y justamente el tiempo y la energía son de las cosas que más escasean en las familias de hoy, con madres y padres que distribuyen sus jornadas entre el trabajo y las tareas domésticas. No es de extrañar, entonces, que muchos bebés, niñas y niños se relacionen tan bien con las pantallas y medios digitales.
Por otro lado, como ya había mencionado al principio, existe un boom editorial que ha permitido que miles de autores y editoriales nuevas hayan podido surgir y llegar a decenas de millones de lectores de todo el planeta. Y especialmente para el público infantil, existe diversidad de nuevas ofertas editoriales en todos los formatos y las temáticas imaginables. No obstante, precisamente este exceso de publicaciones nos lleva a la dificultad de discernir entre los libros de calidad y aquellas propuestas comerciales que poco aportan en el sentido literario y el desarrollo de la capacidad estética.

En este último punto quisiera detenerme a contar una experiencia reciente que tuve al entrar a una gran librería de cadena ubicada en un centro comercial de la ciudad donde vivo. Al entrar me fijé de inmediato en la amplitud de este local, bastante iluminado, lleno de estanterías muy bien identificadas con etiquetas distintivas para diversas temáticas y edades, con libros de todos los tamaños, colores y formas. Entonces me dirigí al sector infantil, un mesón de por lo menos diez metros de largo con títulos visibles para todas las edades de 0 a 12 años. A ojos de alguien que no se dedica a la literatura infantil y juvenil hubiese resultado encantador, pero a mi pesar, la superficialidad del catálogo me sorprendió. Muchos títulos explotaban temáticas populares como los dinosaurios, los medios de transporte, los números y los objetos, sin ninguna propuesta original en sus ilustraciones ni en sus textos. Muchos de esos libros ni siquiera daban crédito en la portada a sus autores o ilustradores. Lo que sí no podía faltar era un gran logo de la editorial por libro, y en la contraportada algunos incluían códigos QR que llevaban directamente a la tienda virtual de la editorial, otra estrategia comercial que suele usarse.
¿Por qué es tan preocupante que una librería ofrezca productos comerciales de baja calidad frente a la vasta gama de editoriales y autores que sí dedican sus días a la creación e ilustración para las infancias, con fines literarios? Porque los libros son puentes hacia la construcción del propio imaginario, ese que nos permite configurar el mundo y situarnos en él. Los libros proveen experiencias auditivas, visuales y sensoriales invaluables. Sobre todo, en primera infancia, los libros deben ser pensados para lograr experiencias significativas, afectivas, de asombro y contemplación. El mediador, o quien tome el libro para leérselo y mostrárselo al bebé, debe poder ser capaz de apreciar (y disfrutar) la belleza de ese objeto, de sus imágenes, pero también de la palabra, que leída en voz alta se asemeja mucho a la poesía y al canto cuando se trata de un libro infantil de calidad. Debiese haber una propuesta original y reconocible para cada buen libro, que aporte a la comprensión de mundo de ese bebé, niña o niño.
Para contextualizar, los bebés nacen con una alta capacidad de aprendizaje y sensibilidad a todo tipo de estímulos. Las experiencias que les presentemos configurarán su forma de ver el mundo. Tempranamente aprenderán el poder de la palabra y el lenguaje. Mediante la palabra lograrán nombrar y reconocer aquello que las y los rodea. Más importante aún, aprenderán a reconocerse ellas y ellos mismos, a situarse en el mundo y a nombrar todo lo que sienten, experimentan, imaginan y anhelan.

Desde más temprano respondamos a esa curiosidad innata del bebé con estímulos enriquecidos que desarrollen la comprensión de su mundo, mayor será la capacidad cognitiva y crítica de ese ser humano. Y si a eso le sumamos el componente afectivo, la pausa en la vida del adulto para dedicar un momento significativo, un regalo, desde la oralidad y acompañado por el objeto libro, mayor será el crecimiento emocional que tendrá ese bebé en su vida adulta.
Aquellos libros que desafían al lector, que ofrecen segundas o terceras lecturas, que invitan al lector a involucrarse, a ser leídos en voz alta y a ser vistos una y otra vez, son los libros que debemos acercar a los bebés, niñas y niños. No es necesario que sean siempre historias. A veces palabras simples, una rima de la tradición oral, un juego de infancia o un cuento corto son suficientes.
¿Cómo discernimos qué libro es bueno para el bebé, niña o niño? A pesar de los obstáculos que presentan esta superproducción editorial e influencia mediática, existen muchos prescriptores en quienes podemos confiar y que nos guiarán para acercarnos a la buena literatura infantil. Para el mundo hispanohablante, tenemos la suerte de contar con Organizaciones como Ibby Latinoamérica, Ibby Chile, Troquel de Fundación La Fuente, Fundación Cuatrogatos, entre otras. También están las recomendaciones de la Feria del Libro Infantil de Bolonia que se realiza anualmente y publican todo en sus RRSS. Y así también existen muchos editores, autores e ilustradores mundialmente famosos, reconocidos por sus maravillosas propuestas literarias que aportan a las infancias.
Finalmente, me gustaría agregar que los libros solo podrán desvelar todo su potencial en las manos de un mediador (madre, padre, abuela, educador, etc.) que se dedique verdaderamente a lograr una experiencia placentera en aquel lector-oyente. Por supuesto, algunos libros serán mucho más enriquecidos y desafiantes, lo que concluirá en una mejor experiencia de lectura tanto para el mediador como para su lector-oyente; otros, ofrecerán representaciones más fáciles, directas y obvias de lo que es el mundo, y probablemente sean libros que más adelante quedarán olvidados en una repisa o serán regalados.

Editora y Relatora especializada en Literatura Infantil y Juvenil.
Creadora de Bosque Literario Sur.
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